Las amistades con el tiempo van cambiando. Cuando tienes 15, tu mejor amiga es la especialista en guardar secretos, principalmente respecto del nombre del niñito que nos gusta en el colegio. Esas son amigas infantiles, que nos ayudan a soportar las peleas de adolescente con nuestros papás y nos acompañan en los amores incipientes y por qué no decirlo, en la pérdida de la virginidad.
Luego, nos llenamos de amigas y amigos para carretear, con quienes principalmente nos divertimos. Estas amistades son entretenidas, divertidas, se comparten miles de experiencias cuando estamos experimentando acerca de nuestros propios límites.
Ya pasan los años y uno comienza a buscar consejos, compartir experiencias de vida, una oreja que nos escuche, un hombro para llorar las penas. Alguien que nos de su opinión objetiva y que nos acoja. A veces que nos cuestione y nos confronte, pero también que nos abrace con cariño. Frente a estas amistades podemos mostrarnos sin caretas, frágiles, no necesitamos aparentar nada, ni explicar nuestra historia, sólo construimos desde el presente. Tenemos el privilegio de elegir libremente a nuestros amigos e integraros a nuestra vida.
A mi mejor amiga yo la considero como mi hermana, pero una hermana que yo elegí tener.